Sin motivos no hay motivación
La motivación se tiene o no se tiene, pero en realidad se puede entrenar
En todos los contextos hablamos de motivación, reconocemos aquello que nos motiva o nos desmotiva. Habitualmente lo identificamos como las ganas que tenemos para realizar una actividad. Es una de las variables psicológicas más conocidas y extendidas y nadie cuestiona lo determinante que puede resultar para conseguir los objetivos que nos proponemos. Es variable porque oscila, porque cambia dependiendo del momento que vivimos, de las necesidades que detectamos en nuestra vida y por tanto de nuestras prioridades. Y es psicológica porque la motivación se relaciona con estados internos que determinan nuestras acciones.
Desde la psicología sabemos que una persona realizará alguna actividad con más frecuencia e intensidad cuando ésta satisface los motivos o necesidades por los que la hace. Esto quiere decir que un deportista tendrá más ganas de entrenar en tanto que el entrenamiento satisface los motivos por los que entrena: divertirse, superarse, dominar la técnica, sentirse competente, sentir pertenencia a un grupo…
Parte del entrenamiento mental para la mejora de la motivación que realizamos desde la psicología del deporte, trata de conocer precisamente estos motivos por los que hacemos nuestro deporte. Es un ejercicio fundamental para manejar nuestra motivación básica y nos permite sentirnos preparados en todo momento para afrontar la actividad. Vamos a preguntarnos y respondernos a las siguientes preguntas, a dedicarle un espacio y tiempo a la reflexión para encontrar toda la información posible sobre ello:
¿Por qué empezaste con tu actividad deportiva?
¿Qué te mantiene practicándola? O ¿Por qué continúas practicándola?
¿Por qué seguirías practicándola en el futuro? ¿Por qué lo dejarías?
Puede resultarnos más o menos fácil responder a estas preguntas, lo que es seguro es que es necesario contestarlas. Las respuestas son claves para ayudarnos a comprender el valor que tiene para nosotros la práctica deportiva y nos dará mucha información sobre esos estados internos de los que hablábamos que nos van a movilizar hacia nuestros objetivos.
En definitiva, hay que chequearnos, conocernos cada vez mejor y reconocer los motivos por los que practicamos nuestro deporte. Sentir en todo momento que hacemos lo que queremos hacer y eliminar las dudas en las situaciones adversas o en aquellas que nos suponen un esfuerzo extra. Los motivos dan sentido a lo que hacemos.
LA CALIDAD DE LA PRÁCTICA DEPORTIVA
Cuando hablamos de calidad nos referimos al grado de implicación y aprovechamiento de la práctica deportiva. Una adecuada motivación nos ayuda a ser disciplinados con el entrenamiento que nos proponemos, a continuar a pesar de que haga calor, frío, no tengamos tiempo o cualquier otra dificultad habitual, ya que los costes que nos supone serán superados por la satisfacción de motivos importantes para nosotros.
Por otro lado, sabemos que detrás de un hábito deportivo (cuando la actividad se realiza con alta frecuencia), de un objetivo a largo plazo o de la preparación de una prueba de alta dificultad, hay más de un solo motivo. Cuando trabajes en la respuesta a las preguntas planteadas, ten en cuenta que:
Los motivos deben ser varios y variados. Suma al menos diez y busca tanto a nivel personal (lo que te gusta, lo que te hace competente, lo que te aporta), como a nivel social (las relaciones que te permite hacer, el reconocimiento que obtienes).
Han de ser lo suficientemente potentes como para superar la relación coste – beneficio o la fuerza de otras alternativas. Es decir, reconoce los que tengan más peso en la balanza, los que te empujan a la práctica deportiva hasta en los peores momentos, serán los más poderosos.
Son cambiantes. Evolucionan y a veces se hacen más complejos. Hay que revisarlos y saber adaptarlos en cada momento que nos encontremos.
Como vemos, para trabajar sobre una motivación adecuada, no solo hay que conocer y reconocer los motivos, hay también que “alimentarlos”. Pensar con relativa frecuencia en ellos y revisar si son suficientes, poderosos o si han cambiado para poder ajustarlos.
LA INTENSIDAD DEL ESFUERZO
Definimos la intensidad del esfuerzo como la cantidad de energía que estoy dispuesto a invertir en la actividad que quiero realizar. También sabemos que la motivación nos predispone a fijarnos metas y a tratar de mejorar nuestro rendimiento para alcanzarlas. En esta ecuación entre los por qués (motivos) y los para qués (metas), la intensidad del esfuerzo será directamente proporcional a lo poderosos que sean nuestros motivos y lo estimulante que me resulte alcanzar las metas.
Trabajar sobre la motivación nos ayudará a ser disciplinados, a esforzarnos y a invertir nuestra energía en la actividad tanto a nivel físico como mental. No tiene que ser una motivación alta en intensidad, sino la adecuada.
En definitiva, el entrenamiento de la motivación implica sentir que el deporte satisface los motivos por los que lo practicamos, para así disponer de la energía suficiente como para esforzarnos en cumplir los objetivos que nos hemos propuesto.